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No hay necesidad de gritarles

No hay necesidad de gritarles


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¿Por qué gritamos? El grito es un recurso que tenemos los seres humanos cuando nos sentimos agobiados, oprimidos, en una situación sin salida… o quizá es una manera inconsciente de liberar tensiones. Gritar también es una forma de imponerse ante la otra persona, un intento por dejarla sin recursos para reducirla (aunque a veces provoca el efecto contrario y acrecienta su enojo). Gritamos cuando estamos estresados, pero también nos estresamos al hacerlo.

¿Por qué les gritamos a nuestros hijos? Porque hacen lío, porque estamos desbordadas, porque no nos escuchan, porque desahogamos parte de nuestras frustraciones, para que se asusten y acaten las normas, para imponer respeto. Sin embargo, gritar no es sinónimo de imponer autoridad.

¿Es posible lograr que nos escuchen sin tener que gritarles? Quizá lo sea, pero requiere un esfuerzo mayor de nuestro raciocinio. Es lograr volver a nuestro eje para buscar la forma de decir bien las cosas. Pero la realidad es que el grito es más instintivo y sale de nuestras fauces sin pedir permiso. Sin embargo, los resultados cuando nos destacamos como seres pensantes son mejores, porque los gritos crean un clima tenso en el que nadie termina por escuchar a nadie.

Gritos del pasado

Quizás, una buena forma de ejercitar nuestra calma es remontarnos a nuestra niñez cuando nuestros padres nos gritaban. ¿Cómo los veíamos? ¿Cómo los percibíamos? ¿Nos daba ganas de hacer caso o nos provocaban odio? En el mejor de los casos sólo nos atemorizaban y por eso acatábamos las normas. El grito nos enferma, una casa llena de ruidos que lastiman los oídos es un espacio insalubre y en ese clima estamos criando y educando a los chicos. Este modelo que quizá copiamos de nuestros progenitores, será el que tal vez imiten ellos con nuestros nietos algún día; y así, sucesivamente. Por eso sería ideal cambiarlo. Si bien es casi imposible no volver a gritar jamás, al menos es favorable para la familia intentarlo.

En un blog llamado The orange rhino challenge, una norteamericana, madre de 4 hijos, intenta vivir la experiencia de no propinarle gritos a los chicos durante al menos un año, bajo el lema es "gritar menos, amar más". Allí, además de contar sus experiencias, ella enseña algunas claves para lograrlo:

1. Reconocer la necesidad de cambiar y plantearlo seriamente, como una prioridad de vida.

2. Fijar un objetivo claro, que no tiene por qué ser un año: puede ser una semana, todas las horas del baño durante 10 días, un mes, etcétera.

3. Hacerlo público a familiares y amigos, para que nos sintamos más obligados a cumplir.

4. Crear una red de apoyo, tanto entre familiares y conocidos como virtualmente, a través de su propia página de Facebook. La pareja o un amigo al que poder mandar un mensaje o llamar cuando estemos a punto de perder el control, una comunidad con el mismo objetivo para apoyarnos y compartir avances, e incluso los propios niños, que nos tienen que avisar cuando vean que estamos a punto de reventar.

5. Identificar las situaciones en las que solemos gritar, para evitar las que se pueden fácilmente (por ejemplo, dejar preparado el desayuno si sabemos que las prisas por la mañana nos ponen nerviosos), además de crearnos un estado de alerta mental que nos ayude a controlarnos más. Para ello, conviene anotar durante unos días en un formulario cuándo hemos gritado y los detalles de la situación.

6. Practicar lentamente. La autora reconoce que los primeros días gritaba en mil sitios (armarios, cuartos de baño, dentro de jarrones, zapatos, etcétera) con tal de no hacerlo delante de sus hijos. Después aprendió a apartarse y a no decirles palabras hirientes, sino a sustituirlas por simples ruidos, como rugidos tipo ahrggggggg, hasta que al cabo de unos días consiguió controlar el impulso de gritar. Aquí tiene otro lema: "No puedo controlar siempre las acciones de mis hijos, pero PUEDO controlar siempre mi reacción".

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Redacción
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